Porque es una escena delicada, sutil, "mona", tierna e inocente. Porque él sabe que su vida y su obra girará en torno a ella, tratará de conseguirla, a sabiendas de que esa pretensión destruirá su vida diaria. Alfonso Cuarón dirigió en 1998 esta adaptación modernizada de "Grandes Esperanzas" de Charles Dickens. La crítica reprobó su exceso de modernismo (cámara rápida, falta de convencionalismo, sobre-sexualización de la relación entre los personajes, semejanza de Estella con el prototipo de la "femme fatale"), pero es, precisamente, la modernización y el anacronismo audiovisual, el principal ardid de la adaptación cinematográfica de un teatro o una novela victoriana. Esta pequeña escena es una anomalía fílmica de lo que será el resto de la película, diferenciando en dos tiempos la inocencia y el dulce desinterés de la infancia alegremente enamoradiza y la triste madurez, esa madurez que con el tiempo pone a cada uno lejos del otro, creando una situación dolorosa de incomprensible indiferencia. Es esta escena donde Cuarón decide volcar toda la emoción: zoom progresivo, zoom de retroceso, caras angelicales, precisión con los detalles, gran uso de la luz, primeros planos, gran belleza expresiva, toda la escena gira en torno a un elemento decorativo y que da sentido a la misma.
Como ya pudimos ver en "Romeo + Julieta" de Baz Luhrmann, el anacronismo o modernismo puede resultar estimulante, sobretodo cuando la estela de las adaptaciones se basan siempre en mantener el tiempo y el estilo original de la novela o del teatro. Tras una larga selección de adaptaciones shakesperianas, donde destaca la obra de Franco Zeffirelli, Luhrmann opta por renovar el interés por Shakespeare transportándolo a otra época, otras influencias sociales que privarán a los amantes de la tranquilidad que desean. Muy característico es el hecho de que el libreto se mantenga intacto, creando una paradoja muy interesante al ver a personajes básicamente contemporáneos recitar con el lenguaje de la época victoriana, asimismo, muchos convencionalismos sociales que hoy en día han caído en el olvido, mantienen presente el código protocolario y de rigor que regían las relaciones personales y sociales en tiempos de su concepción literaria. De este modo, se diferenciarían tres tipos de adaptación: la adaptación al uso, la más frecuente, de forma que la época se mantiene invariable, la adaptación moderna, en la cual la acción de la obra literaria se transporta a otra época posterior pudiéndose respetar el libreto o adaptarlo al lenguaje actual ("Hamlet" de Kenneth Branagh, "10 Cosas que Odio de Ti" adaptación modernista de "La Fierecilla Domada" de W. Shakespeare), y por último, la adaptación anacrónica, la más original y difícil de aceptar, en la que la acción se centra en una época concreta añadiendo elementos contemporáneos que pueden resultar inadmisibles para los cinéfilos más correctos y conservadores, así como optar por una edición del filme menos convencional y más dinámica.
Una escena que puede demostrar con gran precisión la llamada adaptación anacrónica es el "Baile de St. Vitu" de la película "A Knight's Tale" de Brian Helgeland. Época medieval, rigidez en los movimientos de baile, poca soltura ya que los bailes son colectivos y forman parte del protocolo más que de algo propio y personal. Empieza con una tarantela italiana, música de índole medieval, melodía sencilla y repetitiva, de repente comienza a sonar "Golden Years" del camaleónico David Bowie, los bailarines empiezan a soltarse, ven disminuida la presión social sobre sus movimientos y se desembarazan de ellos. El resultado es un anacronismo total, es completamente impensable que una escena así se pudiera dar en esa época, el glam pop no existía y a Bowie le faltarían siglos para nacer. Es imposible, irreal, falso, absurdo, pero original, bello y completamente maravilloso.
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