sábado, 12 de noviembre de 2011

Sin más.

         
         Era una persona muy rara, bastante rara, originalmente rara. Pero, en el fondo, era buena persona. O al menos eso dicen. Tampoco suelo hacer mucho caso a lo que diga la gente, sobretodo si son sus amigos, o peor aún, los tuyos. Te dan una opinión sesgada y parcialmente alterada, información manipulada. No, prefiero quedarme con mi propia impresión, mi propia opinión. Sí, creo que será lo mejor. Pues bien, como decía, era una persona rara, rara, y tenía un problema importante, ¡no paraba de hablar! Era muy pesado, bastante pesado, originalmente pesado. Era como un niño pequeño, lo hacía con gracia e inocencia, y se enfurruñaba cuando le decías que, por el bien del mundo, se callara. Nunca lo entendía, él consideraba que nos estaba dando una clase magistral sobre cualquiera de sus miles de tonterías, cosas aburridas y sin utilidad aparente. 


      De vez en cuando, venía triste a clase, otras veces, alegre. Era bastante desconcertante, nunca sabías cómo pillarle. Bastaba con que le sonrieras para que te fulminara con la mirada. Por el contrario, si algún día estabas triste o preocupada no paraba hasta arrancarte una sonrisa. También tenía una manía horrible por dramatizar su vida, siempre decía frases estúpidas, gestos absurdos, conclusiones descabelladas, ¡cómo si tuviera una cámara grabándole al lado! Rara vez decía lo que pensaba en realidad, le gustaba provocar a la gente, él sabrá porqué. Era capaz de decir cualquier salvajada incluso cuando el tema no admitía juego alguno,



    Continuará...si la pereza lo permite (es mentira, no cabe duda alguna, la pereza no lo permitirá, vaya, que se ha acabado).


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